Relato del vaivén de la adolescencia cuando vives rodeada de mascotas sanas y enfermas, emigrantes invisibles que dejan huella, tíos de confesiones inconfesables, demencias de ida y vuelta, amigas del alma y del cuerpo. Y un gato sin nombre. Disculpe, ¿sabe usted cómo me llamo? Y una cierta realidad social dominicana como telón de fondo.

Alguien tiene que poner orden en este caos.

Rita indiana nos presenta una narración fragmentaria, hecha con un lenguaje fresco, vivo, casi reconstruyéndose en cada página, con la que nos sitúa directamente bajo la catarata de pasión, inconformismo y ausencia de vías de escape propias de esa edad en la que la indefinición es el aire que respiramos y la identidad la playa ideal en la que nos gustaría bañarnos todos los días. La prosa está llena de hallazgos luminosos (al menos para el lector poco habituado a la literatura hispanoamericana) y toques surrealistas con un punto feísta que a veces no parece bien colocado. Un balanceo con lija, una oscilación no exenta de raspones, que le dan al retrato una consistencia granulosa muy propia de las aventuras de búsqueda: ¿a quién quiere ponerle nombre la protagonista? ¿Por qué no termina de sentirse satisfecha con ninguno?

Muy recomendable. ( )