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Los editores engañan aquí, porque presentan este libro como un libro sobre la prehistoria, cuando, en realidad, es un ensayo de antropología comparada. Levy-Bruhl es el prototipo de antropólogo de gabinete, que utiliza los relatos de otros, principalmente de misioneros y exploradores de las dos primeras décadas del siglo XX, y a veces anteriores, de todo el mundo (aunque predomina Oceanía), para elaborar sus teorías. Y no están mal vistas. Así, empieza poniéndose en guardia permanente respecto de lo que los "primitivos" realmente quisieron decir, teniendo en cuenta no sólo que sus palabras debieron ser traducidas por los informantes, que generalmente también las adaptaban a su mentalidad, sino también que los indígenas pudieron estar condicionados por el afán de agradar a sus huéspedes, o de quitárselos de encima. Pero, sobre todo, hace un sincero esfuerzo por colocarse en el lugar del "primitivo", asumiendo incluso que hay cosas para las que no tienen explicación: son guerreros o agricultores, no teólogos. Y así, nos insiste en que nos libremos de nuestros esquemas mentales para asumir que, en el mundo "primitivo" la personalidad no es necesariamente individual. Que, para ellos, uno es uno, pero es a la vez parte intrínseca de un grupo, se identifica con sus cosas, se duplica en un animal o en otro hombre, e incluso se prolonga más allá de la muerte corporal de forma que realmente es ese duplicado o prolongación, sin dejar de ser lo que nosotros entendemos por "yo". Soy yo, pero también soy ese lobo; estoy muerto, pero sigo actuando, al menos durante un tiempo. Por cierto, esto último me ha recoradado mucho el personaje de Pessoa en "El año de la muerte de Ricardo Reis" de Saramago, que está muerto, pero todavía es visible durante un tiempo, sin llegar tampoco a ser un fantasma; es exactamente lo que los "primitivos" de este libro quieren decir. ( )