Las memorias de Ayala. Las publicó por partes: la primera, hasta el final de la guerra civil; la segunda, dedicada a los años de exilio, y la tercera, más que memorias es una crónica íntima de su vuelta a España a mediados de los sesenta. Sigue siendo el hombre sensible, interior (aunque él mismo dice, y lo muestra, que tiene también gran capacidad para las relaciones sociales), sabio, que cubre todo con una pátina de bonhomía y de bondadoso desapego. En la primera parte abundan sobre todo los retratos de personajes de la Dictadura y la República, y aquí me ha resultado casi enternecedor la aparente ingenuidad con la que Ayala mitifica los años republicanos, hasta llegar a afirmar con toda seriedad que, de no ser por la ayuda extranjera, los sublevados hubieran sido vencidos; o suavizar hasta extremos increíbles las salvajadas de los revolucionarios. Es verdad que silencia también piadosamente las salvajadas de los fascistas. En la segunda parte, un poco más aburrida, se dedica sobre todo a hacer retratos de presuntos intelectuales, básicamente exiliados, casi todos hoy olvidados. Curiosamente, en la tercera parte, mucho más breve y, quizá, desganada, arremete contra la fiebre santificadora que cubrió a todo exiliado de un halo de heroismo y cultura superior que muchas veces no tenían. Es la consabida hagiografía republicana. ( )