EL LOCO - EL JARDIN DEL PROFETA

PRÓLOGO

por Amalia Navarro Mateo
El Líbano ha sido llamado con razón «Puerta de
Oriente». Es una tierra en la que el espiritualismo al que
fuerza la reseca soledad del desierto se mezcla con el
humanismo indolentemente vitalista al que impele el azul
intenso del Mediterráneo. Con sus famosos cedros
símbolo en el centro de la bandera nacional-, fencios,
griegos y romanos construyeron sus naves, los
cios fabricaron sus sarcófagos y todos los pueblos de
los alrededores labraron las vigas de sus templos, de
jando a cambio las huellas de sus raíces impregnadas de
sus concepciones particulares del hombre y del mundo.
Cruce, pues, de culturas, y, en consecuencia, tierra
fecunda para que crezca la tolerancia, el respeto hacia lo
que merece ser conservado y ese sano escepticismo
liberador que permite romper con la cerrazón de la
creencia presuntamente inamovible y åbrir de par en par
todos los poros de la sensibilidad a la naturaleza y a los
afectos humanos.

Gibran Khalil Gibran nació en Bcharri el 6 de diciem
bre de 1883, la ciudad típicamente libanesa que se le-
vanta sobre una pequeña meseta, junto a uno de los
acantilados de Wadi-Quadisha (Valle Sagrado). Durante
dos décadas atrás, el país había obtenido una cierta
autonomía, apuntalada en buena medida por su larga
tradición católica maronita que le había mantenido ais-
lado durante siglos frente al dominio oscurantista y cerril
del imperio turco. Los años de la infancia de Gibran son
os mismos en que surge una nueva clase dirigente de
influencia francesa, proyectada hacia Europa, mediadora
omercial e intelectual entre el sector sometido a la
opresión turca y las nuevas corrientes de opinión que
soplan hacia el Mediterráneo, desde Londres, Viena o
Paris.

Gibran, nieto de un sacerdote maronita, hijo de un
pequeño propietario de ganado, es un símbolo vivo de