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Adrian Berry (1937–2016)

Auteur de The Next Ten Thousand Years

27+ oeuvres 435 utilisateurs 5 critiques

A propos de l'auteur

Adrian Berry's wide experience as a science correspondent includes nineteen years with The Daily Telegraph (UK). Since 1996, he has been devoting most of his time to writing books--but he still writes regularly for The Daily Telegraph and for Astronomy Now. He is also a Fellow of the Royal afficher plus Astronomical Society, the Royal Geographical Society, and the British Interplanetary Society, as well as a member of the Planetary Society. He is married with two children and lives in London afficher moins

Œuvres de Adrian Berry

The Next Ten Thousand Years (1974) 89 exemplaires
Galileo and the Dolphins (1996) 72 exemplaires
The Book of Scientific Anecdotes (1993) 29 exemplaires
La Maquina Superinteligente (1983) 10 exemplaires
Ice with Your Evolution (1986) 4 exemplaires
Eureka! (Helicon Science) (1997) 4 exemplaires

Oeuvres associées

The Stars at War (1986) — Contributeur, quelques éditions193 exemplaires

Étiqueté

Partage des connaissances

Nom légal
Adrian Michael Berry, 4th Viscount Camrose
Date de naissance
1937-06-15
Date de décès
2016-04-18
Sexe
male
Nationalité
UK
Professions
journalist

Membres

Critiques

The book was written in the 1950s, so the discussion of science and technology is out of date. It is interesting to see how science has changed and predictions have changed. Regardless, the author is insightful and knowledgeable about astrophysics. I was surprised to see the ideas on terraforming of Venus. He is optimistic about the advancement of space flight and planetary colonization. I found this an interesting book and suggest it for creative concepts for space exploration.
½
 
Signalé
GlennBell | Feb 1, 2022 |
LOS PROXIMOS 10.000AÑOS:EL FUTURO DEL HOMBRE EN EL UNIVERSO

El título de este libro resulta algo visionario y sin duda va más allá que el propio contenido del texto, aparte de ser de una osadía insólita. El mundo actual es tan imprevisible y complejo, su evolución futura tan indescifrable, que no es fácil que nadie se atreva a hacer profecías no ya a diez mil años vista, sino tan siquiera a diez mil horas. Puede visualizarse, dentro de unos interesantes límites de probabilidad, la evolución del mundo de aquí al año 2050 o 2060, pero remontarse mucho más allá es un ejercicio que roza la frivolidad intelectual. No obstante, cuando se publicó Los próximos diez mil años corría el año 1973, y eran otros tiempos, tiempos arrogantes en el ámbito tecnológico y aeroespacial y de gran euforia respecto al porvenir inmediato y lejano. Era una época marcada por el entusiasmo de 1969, y que se sentía totalmente embalada hacia el futuro. Sólo en una época así podía aparecer un libro tan (racionalmente) visionario como este.

Siempre me he sentido atraido por el tema de la conquista del espacio y del futuro científico y tecnológico del Hombre. Desde que era adolescente, me sedujo el género de la ciencia ficción, la astronomía, la cosmología, las hazañas científico-tecnológicas y el remoto porvenir. Carl Sagan era uno de mis dioses. Devoré la serie Cosmos a cada pase televisivo y nunca dejó de fascinarme. Leí avidamente su Conexión cósmica, al igual que las obras divulgativas de Asimov.
La pasión por estos temas, junto con la ciencia-ficción, fue lo que me llevó a la insólita decisión de matricularme en la Facultad de Química (carrera que muy poco después canjearía por el inacabable estudio de la Farmacia). No es sorprendente, con estos antecedentes, que un libro con un título como Los proximos diez mil años, un título que se remontaba de una manera tan vertiginosa desde nuestro triste y prehistórico tiempo, captase enseguida mi atención. Cuando lo vi un domingo en un tenderete del Mercado de San Antonio, aunque su estado no era demasiado bueno, mi apática mano voló hacia él.

Primeros setenta: éxtasis tecnológico

Los próximos diez mil años es uno de esos libros de divulgación científica que menudearon tanto en la década de los setenta, época como hemos dicho, de gran euforia tecnológica en el terreno aeroespacial. Y es que cuando apareció, hacia tan solo unos pocos meses que el último hombre en pisar la Luna había vuelto a casa. En efecto, en Diciembre de 1972, tuvo lugar la número XVII de las legendarias misiones Apolo, la última cuya tripulación puso pie en el satélite. Han pasado casi treinta años desde entonces y ningún otro ser humano ha vuelto a pisar aquella desolada y remota superficie, lo cual por si sólo indica que fue una proeza tecnológica cercana a lo increible. En sólo 15 años desde el inicio de la era espacial (en 1957, con el lanzamiento del Sputnik por parte de la URSS), la humanidad había hecho realidad la alucinante fantasía de enviar varias misiones tripuladas a la Luna: el Apolo XI, el XII, el XIV, el XV, el XVI y el XVII (el Apolo XIII, como es sabido, tuvo un problema y no alunizó).

Aquella fantasiosa literatura de Luciano, Cyrano, Godwin, Verne, Wells y tantos otros invadió al fin la aburrida realidad. El mono desnudo había logrado tocar la Luna tan sólo dos millones de años después de bajarse de los árboles y levantar hacia ella el rostro peludo y simiesco. La humanidad levitaba de éxtasis místico-tecnológico. Ante una hombrada de tal magnitud, cualquier empresa parecía posible en el futuro más inmediato, esto es, a lo largo de las siguiente décadas: viajes tripulados a Marte en la década de 1990, colonias permanentes o semipermanentes en la Luna para pasado mañana y otros logros futuristas.

En 2001, una odisea del espacio, película rodada entre 1964 y 1968, Kubrick y Clarke habían pretendido presentar una visión realista del futuro a 33 años vista: insinuaban que el 2001 real se parecería bastante al de su película y habían contado con bastantes asesores para llegar a esa conclusión. Se equivocaron de medio a medio, ya que hemos llegado a ese mítico 2001 (año tremendamente decepcionante) y nadie viaja a Jupiter ni a Saturno, no hay colonias lunares y ni siquiera HAL existe.
Y lo peor de todo: no se ha encontrado ningún monolito en la Luna. Esta vez la ficción superó a la realidad, que por otra parte es lo que sucede casi siempre, para que engañarse. A lo largo de los 70 y los 80 fue llegando paulatinamente el final del sueño de la conquista del Espacio, las misiones fueron evaporándose al igual que el entusiasmo y en el momento actual, con el tema aeroespacial bastante dormido (y con los recientes fracasos de la NASA en sus modestas aventuras marcianas), se habla tan sólo del año 2020 como posible fecha para una expedición tripulada a Marte, único planeta que la humanidad pisará en el siglo XXI.

La desaparición de la URSS y la falta de competencia en el ámbito interplanetario (contrariamente a lo que sucedía en los 60) ha sido catastrófico. Y es que, en el fondo, nadie hizo tanto como la antigua potencia soviética para que el hombre acabara pisando la Luna. Nada irritó tanto a McCarthy como el Sputnik. La perrita Laika y Gagarin llevaron a Kennedy a golpear la mesa con el puño y a conjurarse para contrarrestar aquel desafío comunista. Pero hoy dia ya no hay rusos ni guerra fría, y ya no es necesario impresionar a nadie ni hacerse ninguna foto. Ya no hay Comunismo. Sí Capitalismo, aunque eso, por lo visto por sí solo no basta.

El espíritu de la época

Pero en 1973 se estaba aún en plena fase REM del alucinante sueño espacial. Aún estaba en las retinas la imagen de Alan Shepard, comandante de una de las misiones Apolo (no recuerdo cual), golpeando una pelota de golf en la desértica superficie de la Luna. En esa época de triunfos, vítores y épica interplanetaria, en aquel tiempo de competencia entre bloques económicos, de Ciencia publicitaria, de ebullición aeroespacial, de cosmonautas y banderas, fue entonces cuando apareció este libro de Adrian Berry.

Los próximos diez mil años está totalmente contagiado del espíritu de la época. Es decir, es un texto optimista. Mejor dicho, hiperoptimista. Lo de la Luna ha sido sólo el comienzo, ha sido, como diría el pionero Tsiolkovsky, tan sólo abandonar la cuna. El Homo Sapiens está llamado a tocar las estrellas, pero en un sentido físico, no poético. Y esto sucederá más pronto que tarde. El entusiasta libro de Berry nos invita a pasearnos por un espléndido futuro tecnológico y de crecimiento económico imparable. Diez mil brillantes años a lo largo de los cuales el Hombre irá modelando el Universo a su gusto, sirviéndose de las leyes de la Física y de unos posibilidades tecnológicas cada vez más gigantescas.

Pero en realidad, el autor no va tan lejos como el título de su libro, ya que apenas habla de lo que sucederá más allá del año 3000: las inconcebibles proezas tecnológicas que entrevé irán sucediéndose a lo largo del milenio que acabamos de comenzar. Es decir, el envío de expediciones tripuladas interplanetarias, la incorporación de los recursos de lejanos mundos a la economía de la Tierra, la terraformación de planetas, el desmantelamiento de Júpiter para la construcción de la esfera de Dyson, la posibilidad técnica del viaje interestelar, el desarrollo de pavorosas disciplinas como la astroingeniería, etcétera, todo ello ocurrirá dentro del aburrido milenio en el que ya estamos aposentados. Decididamente, Berry no es que vea la botella medio llena, a veces da la sensación de que pasa por alto el vidrio.

Profecías audaces

El libro, como ha quedado ya dicho, fue escrito y publicado en 1972-73 y es posible decir ya, en el momento en que escribo esto (año 2001), que algunas de las amenas profecias de Berry no se han cumplido. El autor se mostraba convencido (al igual que Carl Sagan en la Conexión Cósmica y muchos otros) de que el hombre se pasearía por las rojas arenas de Marte antes de 1990 o como mucho, antes de fin de siglo. Pero lo único que se ha paseado por la superficie marciana ha sido ese simpático cacharrito, el Sojourner de la Mars Pathfinder, que arribó al Barsoon de Burroughs en el año 1997. No está mal, pero es bastante menos de lo que habían imaginado Berry o Sagan en los primeros setenta.

De todos modos, yo también creo que muchas de las cosas que este libro profetiza se cumplirán, no me cabe duda, aunque no de una manera tan lineal, ineludible e impetuosa. Probablemente no las veremos dentro del tercer milenio, como el libro parece sugerir, pero quizá sí dentro de esos 10.000 años a los que, después de todo, se refiere el título. Y es que debemos tener presente que no hemos hecho más que comenzar. Hacia el siglo XVII, el Hombre se aburrió definitivamente de la teología y la metafísica y se volvió científico, Roger Bacon se transformó en Francis Bacon.

La Teología (esa rama de la literatura fantástica) fue canjeada por la Ciencia Experimental, tal cosa ocurrió, insisto, en el XVII, es decir hace cuatro dias ( o cuatro siglos, tanto da). En aquel momento, el Homo Sapiens llevaba entre uno y tres millones de años en la Tierra, exactamente los mismos que lleva ahora. De ese dilatadísimo periodo, tan sólo nos hemos pasado metidos en el laboratorio los últimos cuatrocientos años, una parte infinitesimal de nuestra existencia como especie. El resto se nos ha ido elaborando amenos juegos teológicos y organizando Concilios. Apenas hemos desembalado el utillaje. No hemos hecho más que desempaquetar los Erlenmeyers y las pipetas.

Seamos pacientes, concedámonos un milloncito de años. Otorguémonos tiempo para salir de la Prehistoria en la que áun nos encontramos. Salgamos de la caverna y levantemos la vista hacia el diamantino cielo. Saludemos con la mano, que diría Bob Dylan.

Las estrellas, de cuyas entrañas salimos, esperan melancólicamente nuestro regreso.
SERAFIN G. LEÓN
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Signalé
FundacionRosacruz | Feb 13, 2018 |
Black Holes still intrigue and present one of the options for time travel.
I am a total trekkie at heart.
 
Signalé
dbree007 | Mar 30, 2009 |
How interstellar travel might get underway within the next 200 years.
 
Signalé
fpagan | Dec 28, 2006 |

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